Cómo se pavonean, los enamorados,
qué altos se yerguen, satisfechos de sí mismos,
el pelo brilloso, la piel radiante.
No recuerdan quiénes han sido.
Qué cinematográficos son por esta única vez.
Qué importantes se han vuelto –secretos, por encima
del orden de las cosas, la monótona cotidianeidad.
Cada campanada que suena, un nuevo signo.
Qué sosos los que no están enamorados.
La ropa gastada, la piel sin lustre;
qué perdidos están, el pelo un desastre; con qué penoso
andar
recorren las calles bajo la lluvia,
recordando un beso en un callejón oscuro,
una caricia en un vestidor, con suerte, una deliciosa
espera
a que suene el teléfono, maybe, baby.
El pasado con su oleada de terciopelo, su rumor secreto
ya muy lejos, desvaneciéndose ahora en la tarde.
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