Tengo una cita con la Muerte
en alguna disputada barricada,
cuando la primavera vuelva con susurrante sombra
y las flores de manzano llenen el aire
—tengo una cita con la Muerte
cuando la primavera traiga los días hermosos y azules
de vuelta—
Puede ser que me tome de la mano
y que me lleve a su tierra oscura
y que cierre mis ojos y que apague mi aliento
—quizá pase a su lado en la quietud—
Tengo una cita con la Muerte
en alguna descarnada ladera de colina arrasada,
cuando la primavera regrese, un año más,
y asomen las primeras flores en el prado.
Dios sabe que sería mejor estar bien cubiertos
en seda y ser tendidos con perfumes,
donde el amor palpita en sueño placentero,
pulso cercano al pulso, y aliento al aliento,
donde los despertares acallados son queridos.
Pero tengo una cita con la Muerte
a medianoche en algún pueblo en llamas,
cuando la primavera se encamine otra vez al norte,
y yo siempre soy fiel a mi palabra,
no faltaré a mi cita.
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